Freud de principio a fin | El Correo

2022-10-07 19:53:24 By : Mr. Kent Wong

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A la izquierda, 'Su majestad la Reina', pintura de 2000-1. Arriba, 'Francis Bacon' (inacabado), de 1956-7. Abajo, 'Doble retrato', 1985-6. Y a la derecha, 'Dormida frente a la alfombra del león', 1996.

Hay que llegar a la última sala para ver el desnudo frontal de Lucian Freud: a los 70 años, provisto tan solo de las herramientas de pintor y las viejas botas que usaba en el estudio. Es probable que para entonces los ojos de cualquier visitante se hayan acostumbrado ya la atmósfera del destartalado estudio, a la tarima de madera, a la cama sin hacer y a ver cantidades ingentes de 'arcilla humana'. Es su actitud lo que sorprende. Como la sátira de un general romano, el Freud desnudo se muestra vencedor ante un desafío personal que abarcó casi siete décadas. Porque si esta exposición celebra algo, es sobre todo el milagro que supone que Lucian Freud (1922-2011) alcanzase el éxito artístico. Sala tras sala, su obra atestigua que el triunfo es merecido, sin embargo durante buena parte de su carrera fue impensable para alguien como él llegar a protagonizar una retrospectiva en la National Gallery. Pintor de óleo sobre lienzo, realista a ultranza y especializado en retrato, las apuestas estaban al menos cincuenta, cien, o doscientos a uno en su contra. Para pulverizar el pronóstico, tuvo que atravesar la tundra de la abstracción con todas las derivadas que fueron copando la escena artística a lo largo del siglo XX. Comparado con las sublimaciones de Twombly, Kandinsky, Rothko o de Kooning, el naturalismo de Freud, con su insistencia en el detalle y su modelado ilusionista, parecía provinciano y retrogrado a los ojos de la crítica. Por si fuera poco, en 1917, Duchamp había presentado en Nueva York la 'Fuente', el urinario por cuyo sumidero se liberó la catarata conceptual.

Lucian Freud nació en Berlín a finales de 1922. Ajeno a las apuestas en contra, creció en la capital alemana hasta los diez años. En 1933, ante los primeros signos del auge nazi y «en un alarde de sensatez», el matrimonio formado por Lucie y Ersnt junto a sus tres hijos -Lucian era el mediano- emigraron a Londres, donde se naturalizaron británicos en 1939; justo a tiempo para evitar la deportación o el campo de internamiento . En su caso el peligro era extremo ya que ambos progenitores eran judíos. El padre era, además de arquitecto, el cuarto vástago del fundador del Psicoanálisis.

El abuelo Sigmund no se refugió en Londres hasta 1938 y falleció al año siguiente. Aunque llegaron a fotografiarse juntos, en la vida de Lucian estuvo presente de manera sobre todo práctica ya que los derechos de autor de sus libros fueron el sustento de los nietos durante mucho tiempo, una ayuda imprescindible para Lucian, que en diversos momentos acumuló deudas de juego. En la ventanilla de cualquier 'bookie' londinense podía llegar a perder 2.500 libras (el equivalente a 30.000 euros hoy) «en lo que se tardaba en pedir un té con leche en el mostrador de la cafetería». Algunas ventanillas se cerraban con discreción cuando lo veían acercarse y en las casas de empeño no era infrecuente su visita. Tras una breve escolarización totalmente británica y un sorprendente paso en falso como marinero mercante, Lucian Freud se había encauzado hacia la pintura. Pasó por la Escuela de Artes y Oficios y ocasionalmente se dejó caer por Goldsmith's, pero se adaptó mejor a la libertad del estudio de Cedric Morris. A pesar de su -reconocida- falta de habilidad innata, despertó el interés del mismísimo Kenneth Clark, que, aun con el reconocimiento debido al predominio de la abstracción, intuyó su valor. Pero Lucian Freud fue sobre todo descubridor de sí mismo. Desde la relativa torpeza, desarrolló en su primera etapa un estilo pseudonaif: contornos nítidos, superficies planas y un tratamiento de la figura y el rostro a medio camino entre el Surrealismo, la Nueva Objetividad y una ingenuidad primitivista que, no obstante, siempre parecía guardar una bala de plata en la recámara.

Mientras su trabajo avanzaba lastrado -o quizá favorecido- por carecer de habilidad natural, su biografía se desarrollaba a velocidad de vértigo. El primer matrimonio fue con Kitty Garman, hija del escultor sir Jacob Epstein. Una vez finalizada la unión de apenas cuatro años, atractivo y adornado con el magnetismo del apellido Freud, Lucian no tuvo problema para convencer a lady Caroline Blackwood, heredera del emporio Guinness, de huir con él a Francia. En París frecuentaron círculos artísticos, admiraron a Picasso, se dejaron fotografiar por Cecil Beaton y Brassai y se casaron en 1953.

La exposición, estructurada en cinco secciones, vuelve la atención sobre esos años y sobre la tarea de 'Convertirse en Freud'. En las paredes de la primera sala cuelgan los retratos de sus dos esposas: Kitty aferra peligrosamente el cuello de un gatito que parece simbolizar a la propia joven. La misma tensión transmite su retrato con flores o en el que descansa junto a uno de los bull terrier blancos que les regalaron por la boda. Más adelante, Caroline Blackwood, que apenas contaba 23 años en 1954, parece infinitamente mayor, angustiosa y angustiada en la 'Habitación de hotel'. El hotel no es otro que La Louisiane, uno de esos establecimientos de Paris -aún abierto al público- donde tarde o temprano ha llegado a pasar la noche la historia creativa del siglo XX.

Todas esas pinturas se cuentan entre las primeras obras imprescindibles de Freud y conducen a un punto de inflexión necesario para entender su obra. Hasta entonces trabajaba casi siempre con el lienzo sobre las rodillas, sentado frente a una mesa y muy cerca del modelo. En un proceso pictórico agobiante, reconsideraba cada línea durante horas con delicados pinceles de marta cibelina. A mediados de los años cincuenta abandonó esos pinceles en favor de los de pelo de cerdo -los que se suelen usar para aplicar óleo mucho más denso, en impasto- y comenzó a pintar de pie. Ese cambio -por consejo de su amigo Francis Bacon- propició que la pincelada se amplificase hasta adueñarse de todo el proceso y que el tamaño de sus lienzos fuese creciendo hasta los gigantescos cuadros de los últimos años, los que lo han hecho más célebre.

Las siguientes secciones repasan el desarrollo artístico a partir de los sesenta en el contexto de sus relaciones personales, con amigos como Bacon y Frank Auerbach o con miembros de su familia que, aunque Freud nunca volvió a casarse, llegó a sumar 14 hijos reconocidos y un número aun mayor de vástagos sin reconocer -varias biografías barajan un número cercano a 40 y una examante solía decir que cuando no podía dormir, en lugar de contar ovejitas, contaba hijos de Lucian-. No es de extrañar que por momentos la vida privada de Freud amenazase con eclipsar a la artística. De esta etapa data el autorretrato 'Reflejo con dos niños' -hijos suyos, por supuesto-, donde Lucian escoge el dramático contrapicado de un espejo en horizontal sobre una mesa.

La experimentación no gira solo en torno a pinceles, dimensiones y perspectivas. Los temas de interés para Freud no dejaban de explorar sendas desconocidas. La siguiente sección da cuenta, por ejemplo, de la conmovedora crónica sobre la fragilidad de su madre, que Lucian fue plasmando a medida que ambos envejecían. Se contrapone con la tradición del retrato de corte; las efigies de los poderosos, ricos y famosos de toda una época que capturó a través de su pincel inmisericorde. Entre muchos otros, pintó al barón Thyssen, a Kate Moss y Andrew Parker-Bowles es 'El Brigadier'. Todos se sometieron a las prolongadas sesiones de posado que exigía Freud. Cuando la modelo Jerry Hall, a quien ya había retratado embarazada, faltó a un par de citas para una pintura amamantando a su bebe, Freud prescindió de ella y pintó la cabeza de su ayudante, David Dawson, en el cuerpo femenino de Hall. Su marchante pensó que nunca encontraría comprador para aquello, pero 'Interior Notting Hill' se vendió casi al instante. Su acercamiento a la tradición del pintor de corte culmina en el retrato de la reina Isabel II que inició en junio de 2000. El lienzo -de apenas 15 cm. de base por 25 de altura si se tiene en cuenta que hubo que añadir 3 cm. para la corona oficial que, a insistencia de Freud, es la misma que luce en billetes y sellos- no fue un encargo. Freud solicitó pintarlo como regalo a la soberana y el privilegio se le concedió.

Repartidas a lo largo de 18 meses, también esta vez fueron necesarias un buen número de sesiones de posado, que, tras ardua negociación, se celebraban discretamente en un recóndito estudio de Saint James. Sobre el resultado, la reina fue circunspecta. «Ha sido muy amable de su parte. He disfrutado mucho viéndole mezclar los colores» dijo cuando Freud en persona entregó el cuadro. En la prensa británica, en cambio, hubo de todo: «Da qué pensar y es incisivo», dijo el director de la Portrait Gallery. En el 'Telegraph' dijeron que Freud había captado el «poderoso sentido del deber de la reina» y el 'Times' lo calificó de «doloroso, valiente, honesto, estoico y, sobre todo, visionario» no sin añadir que el retrato tenía «el sombreado de la barba a las seis de la tarde y que el cuello era digno de un delantero de rugbi».

Los desnudos, o «los retratos sin ropa», como él los llamaba, llegaron cuando ya llevaba varias décadas pintando.

'La carne' es el nombre de la última sección y trae a esta retrospectiva, que visitará el Thyssen en Madrid en primavera, algunos de los retratos de desnudos a gran escala más conocidos de Freud. Junto a los colores terciarios del suelo, las paredes y la cama, su legendario blanco Cremnitz, cargado de plomo, prohibido y potencialmente letal, lo reservaba para pintar la piel humana y los cuerpos mortales y vivos de enfermeras, artistas como Leigh Bowery, amigos, amantes, gente anónima que conocía en un bar o a sus propios hijos, que se prestaron a posar -muchas horas y muchos días- para su pincel. Varios tienen como protagonista a Sue Tilley, modelo también para 'Supervisora de prestaciones sociales durmiendo', que, con 34 millones de euros, rompió el récord de precio pagado por un autor en activo cuando salió a subasta en 2008. Aun queda lejos de los grandes nombres de Expresionismo Abstracto, pero se acerca a oficiar el milagro.